Poco Antes De Que Den Las Diez


A mí me gustaba un tipo de 33 años con el pelo largo y despeinado. Su apellido parecía un nombre, su bicicleta se llamaba Diablo. Siempre presumía de sus pedaleadas diciendo que había doblado la velocidad de los carros que iban al lado suyo. Eso nunca lo comprobé.

Era profesor de universidad, para ser más exactos, de mi universidad. Nuestra clase era a las 7:00 a.m. Yo siempre llegué a tiempo. Nos ponía a leer mucho y (a mí) a suspirar aún más. A veces llegaba de mal genio y se desquitaba haciendo exámenes en los que preguntaba cuál era el color de su saco, solo para joderles la nota a los que todavía iban en camino. Después de tener clase con él, el balcón del segundo piso se convirtió en mi lugar favorito. Desde allí lo observaba en su oficina que daba hacia el patiesito con bancas de madera.

Nadie me creía cuando decía que un día, él y yo, tendríamos algo: una cuenta de cervezas por pagar, una lectura compartida, el gusto común por una canción o una relación de esas intensas e inestables. Y sí, tuvimos todo eso. Las dos últimos enunciados de la lista, por ejemplo, empezaron la misma noche en su apartamento, después de varios tragos de aguardiente y unos toques de thc. Le gustaba Serrat y no podía creer que a mí también. En medio del mareo y en un ambiente de luz tenue nos abrazamos y cantamos para que todo el mundo nos escuchara.

Así arrancamos. Nunca nos hablamos de 'tú' y casi siempre cuadrábamos nuestras citas con mensajes de texto. Yo salía de estudiar e iba a su apartamento, llegaba el viernes y me quedaba en su apartamento, los días del fin de semana los pasaba en su apartamento. Quería estar allá hasta que se acabara el tiempo, hasta que mi mamá reventara a llamadas mi celular. Probablemente ella sufrió más que yo en esa relación.

Estuvimos juntos 10 meses, 10 meses en los que nunca llegué a casa antes de las 10:00.

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